Documental: Stanbrook
El pasado 1 de abril, se realizaron actos conmemorativos en honor a Dickson en el puerto de Alicante. Los hijos del capitán lanzaron flores al mar. Todo fue organizado por la Comisión Cívica de Alicante, ante el olvido institucional de este hecho. La Comsión Cívica exige a las fuerzas políticas alicantinas la necesidad de elevar un monumento en recuerdo de Dickson. Desde ActaDiurna tomamos esta reclamación para recordar el suceso a través del recuerdo literario de dos supervivientes.
El Stanbrook en las dársenas del puerto
La literatura de la historia: 28 de marzo de 1939
España, enfrascada en una Guerra civil, ve como sus contendientes se enfrentan en los últimos reductos de resistencia. Los republicanos, conscientes obligados de su derrota, buscan en el mar su última salida. Los soldados nacionales celebran en el interior la cercana victoria, mientras que en la costa se dirimen las batallas finales. La Europa democrática, preocupada por lo que será su pasado más oscuro, mira de reojo lo que ocurre en la península. Alemanes e italianos contemplan en España su primera victoria militar. El 28 de marzo de 1939 será el día en el que finalice la trienal Guerra civil Española en el puerto de Alicante.
La ciudad costera de Alicante es la última trinchera que los nacionales están asediando para conseguir la victoria. Los republicanos y los no nacionales, husmeando la derrota, se trasladan al puerto buscando una escapatoria al acecho del enemigo. Cerca de 20.000 hombres, mujeres y niños se agolpan donde rompen las olas. Nada tiene que ver el puerto de entonces con las grandes construcciones pre-marítimas actuales. Un malecón, bullicio de personas y el mar forman la escena. Los allí congregados esperan a los barcos franceses y británicos que la República había apalabrado. Las palabras se las lleva el viento. El parcial pacto de No Intervención de 1936 propuesto por Francia provocó, no en pocas ocasiones, pactos apalabrados entre la Republica y las democracias occidentales que quedaron precisamente en palabras.
Puerto de Alicante (1939)
Sólo un barco partiría aquel día desde Alicante. Todos los capitanes de barcos extranjeros tenían orden de hacer caso omiso a las peticiones de traslado de cualquier ciudadano español. Tan sólo el Marítima, partió de Gandía con 40 autoridades políticas de la República. Sin embargo, Archibald Dickson capitán del Stanbrook, sería el único que admitiría a los futuros exiliados. El viejo carbonero inglés sólo tenía capacidad para 24 tripulantes. Este pequeño barco que iba a recoger naranjas, tabaco y azafrán, terminaría zarpando del puerto con 2,639 personas, camino de la colonia francesa de Orán, en Argelia. Muchas son las familias que partieron y muchas las que se quedaron.
El mar
Entre las personas que vivieron la huida desde el barco se encuentra Helia González. 20.000 personas se encontraban en el puerto, y entre ellas, una niña de 4 años llamada Helia. Ella, su padre, su madre y su hermana pequeña contemplan el puerto, el barco y el mar como indispensables instrumentos de supervivencia. El compromiso del padre de Helia con el frente republicano durante la guerra obliga a la familia a vivir fuera de España o quedarse para siempre. La gente se agolpa, los empujones se suceden, la incertidumbre aumenta, pero sólo el temor de no tocar la cubierta del Stanbrook es lo que domina las mentes de todos los congregados. Muchas personas, un único objetivo. Las horas pasan.
“Pasaban las horas y temíamos no subir. Mi padre había estado en el frente así que para nosotros huir era cuestión de vida o muerte” Helia González, pasajera del Stanbrook.
La rampa del barco inglés posa sobre el puerto. No hay orden de entrada, sólo la suerte embarca con los que logran subir, y desdeña a los que se quedan. Prueba de la cortesía anglosajona, A. Dickson “daba la mano a cada pasajero al subir”. Sólo cuando Helia dió la mano a Dickson supo que había sido elegida para la travesía. En ese choque de manos no existían legislaciones no intervencionistas: era sólo Helia que quería subir y Dickson que la envitaba a ello. Nada sabía la joven de las 24 horas de travesía, nada imaginaba de su destino en Orán, nada supo del destino de los que no subieron hasta mucho después.
El Stanbrook a punto de partir
Helia se acurrucó en la cubierta envolviéndose con los brazos de su padre pues le “daba pavor” perderse “entre aquella masa de gente”. La familia González contemplaba desde cubierta el puerto de Alicante, despidiéndose sin gesticular, llevando toda su vida en una maleta de 40x30 centímetros. Una muda de ropa interior, una sábana, unos pañales y unos cubiertos era todo el equipaje para una nueva vida.
Maleta de una de las supervivientes
“Mi madre” metió en la maleta “unos cubiertos de plata que , por supuesto, no vendió a nadie porque nadie pudo comprarlos”. Helia González.
Por fin se alejaban de aquella España que poco les había dado. Se perdían en el horizonte marítimo despedidos por las bombas, que rencorosas de la huida, caían “en el lugar donde había estado el barco”. “Al oir la explosión, el hombre que viajaba a nuestro lado se asustó tanto que se tiró al mar. Su bota golpeó a mi padre al caer. Fue terrible”, recuerda Helia. El futuro de los que se iban y de los que se quedaban era incierto pero no dispar. Muchos de los nuevos africanos republicanos terminaron en campos de trabajo cerca de Marruecos y otros morirán construyendo el ferrocarril trasahariano. La familia González logró sobrevivir sustituyendo a la mitad de la compañía de teatro español, que se había ido a la España de Franco.
El puerto
Unos van, otros se quedan. Mientras la periferia de Alicante era tomada por los soldados nacionales y las tropas italianas, los ciudadanos se acercan poco a poco al puerto. Las esperanzas de huir son pocas. Los barcos no se mueven, la gente cada vez está más nerviosa. Entre el gentío se encuentra una joven de 20 años, Carmen Arrojo, que junto a su novio, su hermano y su padre esperan más que partir, vivir. Cuando las bombas agitaron las aguas donde hace pocos minutos estaba el Stanbrook, muchos supieron que no saldrían de allí. Esperaban un barco, pero el único que vieron lo enviaba Franco.
“Por megáfono nos dijeron que tiráramos nuestras armas y que, o nos rendíamos a las cinco, o nos ametrallarían. No pudimos hacer nada.” Carmen Arrojo.
“Era un hervidero de caras chupadas por el hambre y el cansancio”. A las dos de la tarde llegó el barco franquista que pondría fin al último bastión republicano. El barco, el caos. “Delante de mí, un hombre se rebanó el cuello con una navaja. No olvidaré nunca aquel grito espantoso de una de sus hijas”, recuerda Carmen. “Hay un parte del general Gambara (Gastone Gambara, general italiano) que habla de 66 suicidios, aunque otro posterior, los reduce a 12"." Se apuntaban unos a otros, contaban hasta tres, y disparaban” asegura Enrique Cerdán Tato, escritor que ha dedicado 40 años al estudio de este episodio. Los que se quedaron tuvieron que ver a los victoriosos pavoneando con su bandera, en espera de su destino. A muchos, ya prisioneros, les llevaron a un campo de Almendros entre Goteta y Vistahermosa, donde sobrevivieron en condiciones dificilmente narrables, en espera de una cárcel o del campo de concentración de Albatera. Otros tantos, fueron retenidos en la plaza de toros, en los cines, los colegios... para luego correr un destino similar a los anteriores. La familia Arrojo sufrió esos campos de concentración. Al novio de Carmen lo fusilaron. Ella honró a su novio, y a todos aquellos que vivieron aquel suceso, con su libro “Lo que no se debe perder. Memorias de una republicana”.
Celebración de la victoria franquista.
“Dinero perdido, pérdida ligera; honor perdido, pérdida considerable; coraje perdido, pérdida irreparable”. Johann W. Goethe
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